Parábola de la viuda y el juez
18 Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse. Les dijo:
2 — Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna. 3 Vivía también en la misma ciudad una viuda, que acudió al juez, rogándole: “Hazme justicia frente a mi adversario”. 4 Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: “Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie, 5 voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez”.
6 El Señor añadió:
— Ya han oído ustedes lo que dijo aquel mal juez. 7 Pues bien, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Creen que los hará esperar? 8 Les digo que les hará justicia en seguida. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo?
El cinco de octubre se realizó en todo el país la “Marcha del silencio”: cientos de miles de colombianos se tomaron las calles desde las cinco de la tarde para, clamar con su silencio, la anhelada paz para Colombia. Muchas movilizaciones se realizan gritando arengas, proclamando exigencias, reprochando injusticias, sin embargo, esta marcha pudo unir en un solo “clamor” por medio del silencio a tantas personas, de diferentes credos, partidos políticos, movimientos sociales, que esa tarde se sentían unidos por la misma convicción: exigir la paz, sin dilaciones, sin “peros”, sin condiciones. A partir de esa noche, decenas de jóvenes -los que habían convocado la marcha-, establecieron su campamento en la Plaza de Bolívar, convirtiéndose en signo de una voz que no quiere ser invisibilizada: la de todos los que anhelan la paz, como un derecho, como un bien inalienable, como parte de la nueva historia que quiere escribir el país de los pacificadores. Al comienzo sólo estudiantes, ahora lo más diverso de la sociedad civil tiene cita en el campamento, allí se encuentran las víctimas, los docentes, las personas de fe como nosotros que allí hacemos presencia y acompañamos esta voz del pueblo, los trabajadores y los desempleados, los que han vivido la guerra y los que sólo han escuchado de ella, allí confluyen todas las voces y en una sola voz buscan ser escuchados. Que no se calle este signo de esperanza, que sea luz para los que aún no han asumido su misión de renovar la tierra y sembrarla de sueños, de comunidad, de unidad, de fe y de más y más esperanza.
Y mientras los líderes de un sector del cristianismo evangélico pactaban políticamente un nuevo país desde la comodidad de sus oficinas, en reuniones cerradas y excluyentes, en encuentros con el gobierno, “decretando” que a pesar de su “NO” al acuerdo de paz, se comprometen a apoyar un acuerdo más a su conveniencia, pleno de intenciones de poder y matizado de mayor exclusión para todos; algunos hombres y mujeres de fe, de fe auténtica oraban en medio del campamento de los estudiantes, del campamento de los colombianos hacedores de paz, del campamento de todos, pidiendo reconciliación, clamando justicia, siendo una minoría arriesgada que habla menos y trabaja más, que no ha tenido espacio entre los poderosos, pero que se ha asentado con fiereza frente a las sedes de gobierno nacional y local, frente al emblema de la fe impuesta y el monumento a las injusticias que el pueblo ha soportado por años.
El campamento por la paz establecido en la Plaza de Bolívar, se asemeja a la viuda de la parábola narrada por Jesús y por ello la oportuna mención, también como ejercicio de memoria para quienes están escuchando esta predicación, pero que aún no tienen idea de dónde es que se hace vida el Evangelio. La viuda está ahí, clamando justicia, frente a quien no tiene interés en escucharla, haciéndose molesta para el juez que no conocía del temor de Dios ni de respeto por nadie. Las iglesias se siguen congregando entre los muros de sus doctrinas herméticas donde no cabe ni el amor. Los cristianos se siguen reuniendo para pedir paz a Dios, pero no les interesa trabajar por ella, no quieren exigirla a los gobiernos del mundo, pero tampoco la promueven entre sus hermanos de congregación. La Biblia sigue siendo leída y enseñada, pues como dice Pablo a Timoteo “está inspirada por Dios y es provechosa para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la rectitud, a fin de que el creyente esté perfectamente equipado para hacer toda clase de bien.” (2 Tim 3:16-17), pero el bien que debería conllevar, no se ve en la práctica cristiana. Mas la viuda, la que clama, la que no se cansa, la que se sabe ignorada pero no vencida, sigue insistiendo, sigue siendo coherente con lo que pide: no tiene ya nada más que perder, pues lo ha perdido todo, no teme sufrir algo mayor, pues lo ha sufrido todo y, “¿que tal que sí?”, “¿que tal que esta vez el juez si me oiga?”. Su voz se hace molesta, sus reclamaciones incomodan, pero ella no calla y confía, pues sabe que lo que busca tarda, pero si hay Dios que conozca de su aflicción, hay quien la defienda y su voz tendrá que ser escuchada, su clamor respondido.
El texto del Evangelio según san Lucas comienza evidenciando que “Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse.” No es una invitación a creer que todo es fácil, ni a buscar las salidas ligeras para cada situación de la vida, antes bien, tal afirmación pone de manifiesto que habrá cosas que nos desanimen, que nos lleven a desmayar, pero en todo tiempo y lugar, es necesario orar, insistir en oración, y no desanimarse. El Salmo 107, frente a diversas situaciones adversas repite: “En su angustia, clamaron al Señor, y él los libró de sus aflicciones”, reafirmación del salmo 34:17-18 “Los justos gimen, y el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. Cercano está el Señor para salvar a los que tienen roto el corazón y el espíritu.” De ahí que Jesús quiera preparar a los suyos para los avatares de la vida y motivarlos a no cesar en los reclamos justos.
El juez de la parábola está presentado como alguien que no teme a Dios ni respeta a nadie, todo lo contrario al deber de un juez legítimo que debe ser temeroso de Dios y actuar como instrumento de su justicia en favor de la comunidad, pues la Palabra es clara al enseñar que la justicia pertenece a Dios, para ello basta citar el 2° libro de Crónicas 19:6-7 que dice: “A los jueces les decía: «Tengan cuidado con lo que hacen, pues no imparten justicia de parte de ningún hombre, sino de parte del Señor. Si sus sentencias son justas, él estará con ustedes. Así que tengan cuidado con lo que hacen, y que el temor del Señor sea con ustedes. Con el Señor, nuestro Dios, no hay injusticia, ni acepción de personas, ni hay lugar para el soborno.»” Categórico mandato a quienes obran justicia, excelso “recorderis” para nosotros, que no tenemos tal encargo. Así, pues, el juez del que habla la parábola se ha apartado de su misión en medio de la comunidad y termina obrando, no por la justicia misma que le es reclamada, sino para quitarse de encima a la molesta viuda. En días pasados, Salud Hernández, periodista española afirmaba con relación al plebiscito celebrado el 2 de octubre en Colombia: “Mejor decir que fue un error, que ganó el SÍ, y nos dejen en paz a los del NO. Es muy aburrido esta peleadera. Ya me vale huevo el resultado.”, reconfirmando el mensaje del juez mencionado por Jesús, que prefiere responder al reclamo de la viuda, antes que tener que continuar soportándola. Exigir justicia, sin desanimarse, es la invitación del Evangelio.
Sobre la viuda, como persona excluida, marginalizada, protagonista de tantas historias en las Sagradas Escrituras, podemos decir que se constituye en modelo de aquellas personas que no se cansan de luchar por un mundo más justo, las iglesias que desde diversas plataformas acompañan a las víctimas y reclaman sus derechos, los cristianos y cristianas, que se movilizan junto a los desfavorecidos, los que se mueven en los márgenes de la sociedad -como Jesús-, pues es allí donde se encuentran los sin voz y de quienes estamos llamados a hacernos prójimos, los que acampan a esta hora en la Plaza de Bolívar, esperando se ponga en marcha ya la paz por la cual han dejado todo de lado y se han establecido allí, en la incomodidad de la ciudad gris que a tantos agobia, para hacerse esperanza de aquellos que aún tienen miedo de reclamar justicia. Éxodo 22:22-23 nos recuerda que si las viudas piden ayuda, el Señor atenderá a su clamor. Si el afligido invoca al Señor, él lo oye y lo libra de aflicción, nos decía el salmo. La voz de la viuda, es, pues, oída por Dios; la voz de las víctimas del conflicto es oída por Dios, la voz de los huérfanos que ha dejado la guerra es oída por Dios, la voz de las madres que vieron morir a sus hijos, o que les fueron arrebatados por las fuerzas combatientes, es oída por Dios… La viuda es pues, el prototipo de la mujer de fe (fe activa), es signo de persistencia en la oración, es ella quien obra justicia con su clamor e insistencia, pues el juez sólo buscó librarse de la molestia que le acarreaba la viuda, mas ella logró que se manifestara la justicia y… Dios estaba con ella. Dios está con quienes alzan la voz para reclamar lo que es justo, con quienes viven con tesón su bautismo y se constituyen en defensores de los desvalidos, Dios renueva su rostro y acampa con ellos: “Busqué al Señor, y él me escuchó, y me libró de todos mis temores. Los que a él acuden irradian alegría; no tienen por qué esconder su rostro. Este pobre clamó, y el Señor lo oyó y lo libró de todas sus angustias. Para defender a los que temen al Señor, su ángel acampa alrededor de ellos.” (Sal 34:4-7)
A los que detentan el poder en el mundo no les interesa el grito de los pobres, pero si todos los pobres gritaran como la viuda, de seguro temblarían; el problema es que la mayoría calla o se doblega ante estos poderes: se resignan al creer que no es posible el cambio. La viuda es radical en su grito y el juez termina temblando. El grito de los que claman ante Dios y ante los hombres tiene fuerza, pero necesita reconocerse como necesario, brotar sin temor del corazón oprimido y cobrar la fuerza de los hijos de Dios, la luz y sal de esta tierra. El mundo vive de olvidar, de acallar las voces molestas, de silenciar a los que piden justicia; basta recordar que a Lutero buscaron acallarlo, a Martin Luther King Jr., al obispo Romero y a los mártires salvadoreños, les apagaron su voz, al padre Camilo Torres lo aniquilaron y buscaron desaparecerlo de la historia: pero paradójicamente, esas voces tuvieron eco, cobraron fuerza, se hicieron grito permanente y aún hoy son escuchadas. El mundo que vive de olvidar y engañar para silenciar, hoy debe escuchar la voz que penetra los corazones, la que hace templar a los malvados, la que trae paz y consuelo a los humildes, la que nos llama hermanos: la voz del Cristo vivo que retumba entre los olvidados y se hace oír por los despiadados, la misma voz que nos interpela y pregunta: “pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo?” (Lc 18:8)
La iglesia no puede seguir callando lo que ven sus ojos en la realidad de este mundo, su oración debe ser grito que clama justicia, que no calla ante los violentos, ni pacta con los opresores; la voz de los hijos de Dios no puede negar que ha pecado por su indiferencia y falta de compromiso, mas debe pedir perdón y revertir la historia, para que no siga siendo la mensajera de las voluntades de quienes evitan la justicia y la paz y se ponga del lado de los marginados, del lado donde siempre estará Cristo. ¿Cómo lo estamos haciendo como iglesia?, ¿cómo lo haces como hombre o mujer de fe en Cristo?
Pues el Señor, como lo dice el salmo 121, no se desentiende de ti, Él te cuida siempre, vela por ti, te protege y siempre está a tu lado, pero ¿le correspondes con tu testimonio, con tu trabajo, con la vivencia de tu fe en todos los lugares donde el Señor te ha puesto?
La invitación que renuevo, es la de “acampar” como iglesia, fuera de estos muros y a ser presencia de Cristo en medio de su pueblo; a dejar nuestras comodidades y a hacernos incómodos para los injustos; a ir codo a codo junto a quienes trabajan por la paz y a no temer más que a Dios, quien nos quiere sirviéndole en fidelidad en el Reino que Él mismo ha dicho que ya está entre nosotros (véase Lc 17:21), y como manda Pablo a Timoteo y, aplica plenamente para nosotros, “tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” (2 Tim 4:5).
Rev. Nelson Fernando Celis Ángel